Hoy, quiero contaros una experiencia personal.
Como muchos sabréis, hace unos años trabajé para un zoológico madrileño, y, por principios, tuve que dejar ese trabajo, bueno, pues, os voy a contar la historia de Nadia.
Yo, no entendía muy bien por qué la gente se quejaba de los zoológicos, consideraba que en ellos, los animales vivían bien, comían, dormían, jugaban...
Mi mayor ilusión era trabajar en un zoológico, para estar en contacto directo con los seres que más me fascinaban. Al principio, todo parecía transcurrir con normalidad hasta que, conocí a Nadia.
Nadia, era una tigresa de bengala albina, había sido "rescatada" de un circo para ser encerrada en aquella urna de cristal en la que apenas tenía espacio para moverse. Hacía años que veía a Nadia desde detrás de la cristalera ya que, con frecuencia visitaba ese zoológico desde bien pequeñita pero, no había tenido aún el placer de conocerla personalmente.
A los dos días de empezar a trabajar en el zoológico, me la presentaron, era raro, Nadia no se movía y estaba permanentemente encerrada en una jaula con barrotes grises y anchos. Su mirada parecía triste y su erguida cabeza parecía mostrar agresividad pero, solo reflejaba malestar y cansancio.
Un día, entré en la jaula con ella, estaba nerviosa, ¡podía acariciarla!, Nadia rugía, parecía agresiva pero, únicamente quería comunicar su dolor.